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martes, 12 de marzo de 2013

El chico de pelo color paja



                                                
El tener los pelos color paja y unos ojos claros y líquidos había sido una pesadilla para Casimiro Huarcaya en su infancia. Porque en el pueblecito andino de Yauli, donde nació, todos eran morenos, y, sobre todo, sus propios padres y hermanos tenían también los pelos
negros, las caras trigueñas y los ojos oscuros. ¿De dónde había salido este albino en la familia Huarcaya? Las bromas que le gastaban sus compañeros en la escuelita hicieron que Casimiro tuviera que trompearse muchas veces, porque, aunque era de buen carácter, se le subía la mostaza a la cabeza cada vez que, para verlo rabiar, le sugerían que su padre no era su padre, sino algún foráneo que pasó por Yauli.

A Casimiro siempre le quedó rondandoen la cabeza, además, si su propio padre, el tinajero Apolonario Huarcaya, no tenía también sospechas sobre su origen. Porque él estaba seguro de haber sido fuente de desavenencias entre sus padres y porque Apolinario, que trataba bien a sus hermanos y hermanas, a él, fuera de encargarle las tareas más pesadas, a la menor falta, lo castigaba.

Pero, pese a las burlas de sus compañeros y a la mala relación con su familia, Casimiro
creció sin complejos, fuerte, hábil con sus manos, despierto y amante de la vida.
Desde que tuvo uso de razón, soñó con crecer pronto para irse de Yauli a una ciudad grande, donde sus pelos pajizos y sus ojos claros no atrajeran tanto la curiosidad de la gente.

Poco antes de cumplir los quince años se escapó de su pueblo con un comerciante viajero
al que, siempre que aparecía por Yauli, ayudaba a cargar y descargar mercancías. Don Pericles Chalhuanca tenía un camioncito del año de Matusalén, parchado y reparchado mil veces, con el que recorría las comunidades y aldeas campesinas vendiendo productos de las ciudades –remedios, instrumentos de labranza, ropas, vajillas, zapatos– y comprando queso, ollucos, habas, frutas o tejidos que luego llevaba a las ciudades. Además de comerciante, don Pericles era diestro mecánico y a su lado Casimiro aprendió los secretos del camión y a repararlo cada vez que se descomponía en los atroces caminos de la sierra.

Al lado de don Pericles fue totalmente feliz. El viejo comerciante lo encandilaba contándole su vida aventurera, de impenitente gallo en corral ajeno.
Pero lo que al muchacho le gustaba más era la vida a la intemperie que llevaban, sin
horarios, ni rumbos, a merced de las inclemencias o bondades del tiempo de las ferias. Don Pericles tenía una casa quinta, estable y sin ruedas, pero la mayor parte del tiempo vivían en el camión.

Don Pericles lo trató al principio como a un aprendiz, luego como a un hijo, por fin, como
un socio. A medida que envejecía y el muchacho se hacía hombre, el peso del trabajo se fue
desplazando hacia él, con el paso de los años –Casimiro era ya el único que manejaba y el que decidía las compras y ventas–, don Pericles pasó a ser el director técnico de ventas.
A estas alturas, era ya un mocetónfuerte, curtido, con amigos por todas partes, trabajador y alegre. Podía pasarse las noches bailando en las fiestas de los pueblos, respondiendo con bromas ingeniosas a las burlas sobre sus pelos amarillos, y a la mañana siguiente, abrir su negocio en el mercado antes que ningún comerciante. Había reemplazado el camioncito por una camioneta de tercera mano que compró a un agricultor de Huancayo al que le pagaba puntualmente las mensualidades.
Nivel superior
Una vez, mientras vendía hebillas y aretes de fantasía en un pequeño pago de Andahuaylas,
vio a una muchacha que parecía estar esperando para hablarle a solas. Era joven, con trenzas,  de cara lozana y asustadiza como un animalito. Le pareció que no era la primera vez que la veía. En un momento que quedó sin clientes, la muchacha se acercó a la plancha de la camioneta, donde estaba sentado Casimiro.

–Ya sé –dijo él riéndose–. Quieres uno de esos prendedores y no tienes plata.
ella negó con la cabeza, confundida.

–¿No te acuerdas de mí, acaso?–susurró en quechua bajando los ojos-.
entre brumas, Casimiro recordó algo. ¿Era esta chiquilla la que en una fiesta había estado
bailando con él? Pero no estaba seguro de que esa cara fuese la borrosa de su memoria.
La muchacha salió corriendo.

Pero unas horas después, cuando cerró su negocio, empezó a deambular de un lado a otro
por el lugar buscando a la muchacha. Sentía desazón.

La encontró en el camino. Ella estaba regresándose a su anexo muy ofendida. Al final,
Huarcaya la aplacó, la convenció de que subiera a la camioneta y la llevó hasta las afueras de la comunidad donde vivía. Se llamaba Asunta.

(Adaptado de Lituma en los andes, Mario Vargas Llosa. Perú)

Vocabulario

Trompearse: pelearse, luchar con los puños.
Rondando: dar vueltas alrededor de algo o alguien. Rondar la cabeza es sinónimo de pensar.
Del año de Matusalén: muy viejo, antiguo.
Parchear: remendar, poner parches, reparar.
Encandilar: deslumbrar, alucinar, embelesar.
Impenitente: que persevera en un hábito, que insiste en una acción.
Mocetón: persona joven, alta, corpulenta y membruda.
Prendedores:broche que las mujeres usan como adorno o para sujetar alguna prenda.
Desazón: disgusto, pesadumbre, inquietud interior.


PREGUNTAS

1. Según el texto, el color del pelo había sido la causa de que Casimiro…
a) se sintiera superior a sus compañeros.
b) se peleara con otros chicos.
c) llorara muchas veces.

2. En el texto se afirma que cuando Casimiro se fue de su pueblito…
a) lo hizo para tener una vida llena de aventuras.
b) su primer trabajo fue el de mecánico.
c) empezó a ser mucho más dichoso.

3. Según el texto, cierto día Casimiro vio a una muchacha…
a) a la cual no reconoció al principio.
b) que quería comprar pero no tenía dinero.
c) de la que se había enamorado en una fiesta.


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