ÓSCAR ARIAS SÁNCHEZ* 27 ENE 2015. El
País.
La situación por la
que atraviesa actualmente Venezuela no solo demuestra su déficit fiscal, sino
también su déficit democrático. No sé cuántas veces hemos
creído, a lo largo de los últimos 15 años, que Venezuela está al borde del
cambio, que ya no puede soportar, que algo tiene que ceder. Y sin embargo, el
régimen chavista ha persistido a pesar de los augurios[1] que desde sus inicios vaticinan[2] el fin inminente de la
revolución bolivariana. ¿Qué explica esta resiliencia[3]? ¿Cómo se entiende que un
sistema claramente anti-democrático haya logrado resistir tantas presiones y
continúe, al menos hasta hace poco, recibiendo el apoyo del electorado?
Sobre esto se han escrito volúmenes
y se escribirá todavía mucho más. Venezuela al inicio del siglo XXI seguirá
fascinando a los académicos y los analistas durante décadas por venir. Pero es
innegable que dos piedras angulares[4] de la supervivencia del
régimen chavista han sido el desempeño económico, sustentado sobre el comercio
del petróleo, y la popularidad de su líder (en su momento Hugo Chávez y
después, en menor medida, Nicolás Maduro). Creo que todos podemos coincidir en
que estas dos fuerzas se encuentran hoy en el peor estado registrado desde
1999.
Es un cliché decir que el dilema[7] actual del chavismo es la “crónica de una muerte anunciada”. Pero
es la verdad. Maduro puede hacer todas las contorsiones retóricas posibles,
calificando la situación de “guerra del petróleo” y de intento de “colonización
mediante el colapso económico”, pero ningún otro país en años recientes ha
dispuesto de mayores recursos con peores resultados.
Ningún otro gobierno ha dilapidado[8] sus ingresos de una manera tan temeraria[9]. Nadie más que el régimen
chavista es responsable por esto. No hay conspiración internacional que
explique que las colas para comprar harina o jabón duren dos días. Eso solo se
explica por la existencia de un gobierno corrupto, ineficiente, dedicado al
culto de la personalidad y obsesionado con ocultar el fracaso de un modelo que
ya no hay forma de subvencionar.
Amartya Sen demostró célebremente
que nunca se ha registrado una hambruna[10] en una democracia
consolidada. En cierta forma, la situación por la que atraviesa actualmente
Venezuela no solo demuestra su déficit fiscal, sino también su déficit
democrático. Las instituciones que han
sido socavadas[11] a lo largo de los
años, la iniciativa empresarial que ha sido obstruida, la oposición que ha sido
suprimida, la separación de poderes que ha sido anulada, son fuerzas que
hubieran evitado que el país se acercara tanto al borde del despeñadero[12].
Una democracia canaliza el
descontento popular con eficacia. Una democracia rectifica errores con prontitud.
Chávez y Maduro se encargaron de ahogar esa capacidad de respuesta. Ahora
Maduro más bien aprieta el puño con mayor fuerza, intentando acallar a quienes
alzan la voz. Que Leopoldo López esté en la cárcel, que María Corina Machado
enfrente un juicio digno de una novela de Arthur Koestler, no hace sino
confirmar que el gobierno ha perdido el control.
No debemos cometer el error de dar
por sentado el fin de una era. Antes bien, es la responsabilidad de todo
demócrata, y no solamente de los venezolanos, ayudar para que Venezuela logre
hacer una transición democrática. La crisis de legitimidad del régimen chavista
tiene que ser contrarrestada por la legitimidad de la oposición. Estamos frente
a una verdadera coyuntura[13] histórica. Nos corresponde a todos colaborar para que ocurra un
cambio, y ocurra de forma pacífica.
La prioridad no debe ser remover a
una persona específica. Eso es un error que otros países han cometido,
derrocando líderes cuya salida no tuvo efecto sobre la situación real. La
prioridad debe ser la institucionalidad democrática.
Lo que es indispensable es
restablecer el Estado de Derecho y la separación de poderes. Lo que es
indispensable es abandonar la perversa intromisión de las fuerzas armadas en la
vida civil. La legitimidad de la oposición debe derivarse de su adhesión a
ciertos principios, no de su ataque a ciertas personas. Debe derivarse de su
compromiso con el respeto a la institucionalidad y de su negativa a utilizar la
violencia como moneda de cambio. En este momento, nada es más apremiante que la
situación de desabastecimiento y racionamiento. Cuando se trata de las
necesidades más básicas, el riesgo de violencia escala. Por eso, hoy quiero
realizar un llamado a la oposición para que ejerza un liderazgo responsable.
Y realizo también un llamado a la
comunidad internacional para que vuelque[14] sus ojos sobre Venezuela. Conozco bien la dinámica de las
relaciones internacionales. Sé que existe una competencia por la atención a
nivel global, y que Venezuela comparte el escenario con regímenes que presentan
un riesgo más cercano para las potencias mundiales.
Sin embargo, quiero subrayar que
estamos en un punto de inflexión: en una Venezuela postrada[15] económicamente, y aislada políticamente, la presión internacional
puede generar resultados positivos. La primera condición debe ser, como lo he
dicho muchas veces, la liberación de todos los presos políticos. Cada día que
Leopoldo López pasa en la cárcel, cada día que se arrestan oficiales electos o
estudiantes, es una violación a los derechos humanos, a la Carta de las
Naciones Unidas y a la Carta Democrática de la Organización de Estados
Americanos.
La liberación de los presos
políticos debe ser el primer paso de una estrategia que lleve a un pleno
restablecimiento de la democracia en Venezuela. Aunque comprendo las
diferencias de la situación actual en Venezuela con otras transiciones en la
historia mundial, también creo que hay lecciones que no deberíamos olvidar.
Mandela no hubiera logrado nunca el fin del apartheid si no hubiera pensado en
el propio de Klerk, en el Partido Nacional y en el papel que habrían de jugar
en la transición sudafricana hacia la democracia.
No es la división ni la venganza lo
que llevará a Venezuela a un mejor futuro, sino la inclusión pacífica e
inteligente. Yo confío en que ha llegado la hora. Confío en que los venezolanos
sabrán reconocer que el régimen chavista pudo haber tenido, en sus inicios,
intenciones nobles, pero su fracaso es indiscutible. El modelo económico que
quizás alguna vez estuvo inspirado en la justicia social, ha desembocado en la
escasez y la necesidad. No hay que ser de derecha ni de izquierda para admitir
que no vale la pena preservar algo por su promesa. Las cosas se preservan o
desechan por sus resultados.
Es hora de evaluar un experimento
político que, como tantos otros, se sostuvo sobre el espejismo de la bonanza
económica que trae un boom en los precios de productos primarios. Es hora de
adoptar un régimen que se sostenga, de una vez y para siempre, sobre valores
democráticos.
Oscar Arias Sánchez fue presidente de Costa Rica de 1986 a 1990 y de
2006 a 2010 y Premio Nobel de la Paz 1987. Arias remitió esta carta al foro
“Poder Ciudadano y la Democracia de hoy”, que se realizó este 26 de enero en
Caracas y al que no pudo acudir, aunque fue invitado, junto con los
ex–mandatarios Sebastián Piñera, de Chile, Felipe Calderón, de México, y Andrés Pastrana, de Colombia.
[1] Augurio:
presagio, anuncio, indicio de algo futuro.
[2] Vaticinar: pronosticar, adivinar,
profetizar.
[3] Resiliencia: capacidad humana de asumir
con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas.
[4] Piedra angular: base o fundamento
principal de algo.
[5] Deterioro: m. Acción y efecto de
deteriorar o deteriorarse. Deteriorar: Estropear, menoscabar, poner en inferior
condición algo.
[6] Acaparar: apropiarse u obtener en todo o
en gran parte un género de cosas.
[7] Dilema: duda, disyuntiva.
[8] Dilapidar: malgastar los bienes propios
o de otros.
[9] Temeraria: excesivamente imprudente y
peligrosa.
[10] Hambruna:
escasez generalizada de alimentos
[11] Socavar:
debilitar algo o a alguien, especialmente en el aspecto moral.
[12] Despeñadero: Precipicio o
sitio alto, peñascoso y escarpado, desde donde es fácil despeñarse.
Riesgo o peligro a que
alguien se expone.
[13] Combinación de
factores y circunstancias que, para la decisión de un asunto importante, se
presenta en una nación.
[14] Volcar: El
autor lo usa con el sentido de girar, de dirigir la mirada hacia, en este caso,
un país y su situación.
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