Los pintores de la Edad Media no eran fanáticos de la originalidad. Su trabajo se juzgaba más –y mejor– por el artificio de copiar que por la capacidad de crear.
En gran medida, la innovación resultaba sospechosa, algo explicable en un orden
intelectual y político tan rígido y jerarquizado. Asimismo, la innovación, al menos la gráfica, podía ser un desperdicio: sin mecanismos para reproducir en serie, los escribas, pintores e iluminadores debían ejecutar esa tarea exclusivamente con sus ojos y manos. ¿Y qué más eficiente forma de sacar provecho a recursos tan lentos y fi nitos que multiplicar las mismas imágenes convencionales o canónicas? Así, cada estampa u objeto repetido era, a la vez, único y cómodamente predecible para los pocos que podían adquirirlo. En cambio, la innovación era físicamente más lenta, se empleaba demasiado tiempo, y económicamente más costosa.
En nuestra época sucede todo lo contrario: convertir cada prototipo en millones de copias exactas es algo tan común, que el precio y aprecio de una gran cantidad de productos, e incluso procedimientos, ya no depende de su calidad o practicidad.
Los valoramos, apreciamos y pagamos en proporción directa con su originalidad. Todos
buscan sobresalir entre sí con algo nuevo, distinto y raramente necesario.
Por esto, la innovación es un componente esencial de la economía contemporánea, sobre todo en ese ámbito tan importante que consiste en “crear valor”, es decir, dotar a un objeto o una idea de tal capacidad de distinción que se pueda vender por un precio exponencialmente más alto que el costo de su producción. La creatividad y la innovación como variables esenciales del desarrollo ya están de sobra reconocidas. Si no, que lo digan los suizos, belgas o finlandeses que hoy asientan su prosperidad en ellas.
Por el contrario, cada vez está menos claro si una buena educación formal, con grandes
inversiones en centros de investigación científicos y tecnológicos activa realmente la creatividad y la innovación de los futuros diseñadores. Hasta la persona más estimulada durante su enseñanza temprana, potenciará mucho más sus cualidades creativas e innovadoras si se encuentra en un entorno social que las valore y contribuya a su desarrollo.
(Adaptado de nacion.com. Costa Rica)
1. Según el autor, los artistas medievales eran poco originales en sus obras porque…
a) les faltaba creatividad.
b) lo consideraban una pérdida de tiempo.
c) no tenían muchos compradores para sus obras.
2. En la actualidad, valoramos los productos principalmente por su…
a) utilidad.
b) calidad.
c) originalidad.
3. Según el autor, la creatividad y la innovación…
a) contribuyen al crecimiento económico de un país.
b) son el resultado de una buena inversión en centros de investigación.
c) pueden desarrollarse en cualquier entorno social.
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